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11 junio 2012 1 11 /06 /junio /2012 19:28

          Veremos hoy un caso parecido al del Arrianismo. Decíamos hace unas semanas, al tratar aquélla herejía de finales de la Antigüedad y principios de la Edad Media, que la doctrina propagada por el presbítero Arrio era una respuesta "racionalista", adecuada a las élites filosóficas existentes en el Bajo Imperio Romano, que intentaba rebajar la trascendencia de la religión cristiana, haciendo de Cristo simplemente un hombre, el mejor de ellos, eso sí, pero nunca el mismo Dios encarnado, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Era ni más ni menos que una manera de hacer el Cristianismo más accesible a la mente racional del hombre, de hacernos una religión a nuestra medida, pero que como vimos, iba en contra de las mismas palabras que el Salvador nos dejó en los Evangelios, cuando él se situaba a sí mismo como el Hijo único de Dios, en un sentido absolutamente trascendente.

          Pues algo parecido ocurre con el Adopcionismo, que aunque guarda elementos comunes con el Docetismo existente en los primeros siglos del Cristianismo (como en lo concerniente a que a Jesús hombre le llegó la divinidad a través de su bautismo en el Jordán -afirmado por una rama del Docetismo-; recordemos que el Docetismo negaba la auténtica humanidad del Hijo de Dios), se dio con una fuerza tremenda en el siglo VIII español, en territorio recién conquistado por los musulmanes. El Adopcionismo, por su parte, abogaba por una visión de Cristo consistente en un hombre que, posiblemente en el bautismo del Jordán, había sido adoptado por el Creador; pero no pasaba de eso: un ser adoptado por la Divinidad, pero no un auténtico Dios. Como vemos, las similitudes con el Arrianismo eran muy amplias, y tal vez ello explique el porqué de su éxito en la España del siglo VIII, cuando aún estaba entre las élites visigodas el recuerdo de su vieja fe herética. Pero hay otro motivo por el cual esa doctrina adopcionista irrumpió -aunque de forma ciertamente original respecto a los brotes de siglos anteriores en otras zonas cristianas- en aquella España del siglo VIII. Si nos fijamos bien, se dio en las zonas que habían sido ocupadas por los islámicos, y no en el norte de la Península, que había conseguido permanecer fiel la fe católica original. ¿Qué tiene esto que ver? Pues muy simple; a los musulmanes les resultaba mucho más tolerable aceptar un "Cristianismo" que veía en Cristo tan sólo un hombre (adoptado especialmente por Dios, eso sí), que al verdadero Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad. Por ello, ante los lógicos problemas que ser cristiano acarreaba a la población autóctona de la Península, debido a la presión social que el Islam ejercía, muchos se adhirieron a esta herejía para caer, digamos, más "simpáticos" a los conquistadores mahometanos. Uno de sus principales exponentes fue el Obispo de Toledo Elipando (s. VIII).

         A todo esto hemos sobrevivido; ciertamente, el Espíritu guía a la Iglesia Católica, ¿no os parece?

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17 mayo 2012 4 17 /05 /mayo /2012 22:38

     Suele haber una opinión muy romántica acerca de las herejías que han atacado a lo largo de los siglos la unidad de la Iglesia Católica. Se piensa normalmente que sus defensores fueron hombres (y mujeres) que supieron interpretar correctamente el mensaje evangélico en contra de la interesada exégesis de una Iglesia sumamente jerarquizada. Y se podrán señalar muchos defectos en el actuar histórico de la Madre Iglesia, como que muchas veces no supo mostrar la necesaria tolerancia hacia otras formas de pensar. Pero de lo que no tengo ninguna duda, es que casi ninguna de las más famosas herejías (y las menos también) posee un mínimo sustrato escriturístico. Sin dejar de reconocer la parte de verdad que pueden poseer las herejías en algunas de sus reclamaciones, ya vimos en posts anteriores qué otros aspectos no tan idealistas existían detrás de cismas como el de la Reforma o el del Anglicanismo, ambos del siglo XVI.

    Vamos a echar ahora un vistazo al caso del Arrianismo, herejía surgida en el siglo IV de manos del presbítero Alejandrino Arrio (250-336), y que llegó a extenderse tanto que fue incluso religión oficial de estados como el de los Visigodos. Fue tal la importancia que adquirió esta herejía, que ni siquiera el Concilio de Nicea del 325 consiguió erradicarla. Esto lo comprobamos con facilidad si atendemos a la famosa frase de San Jerónimo (342-420): gimió el orbe entero, al comprobar con asombro que era arriano.  Eso sí, gracias a aquel Concilio, y los sucesivos (I Constantinopla -381-, Éfeso -431-, Calcedonia -451-, II Constantinopla -553-), la Iglesia Católica consiguió salir victoriosa en cuanto a la oficialidad y al número de fieles,  arrinconando al Arrianismo y otras herejías cristológica -Monofisismo, Nestorianismo, etc.- 

    El Arrianismo defendía que Cristo había sido el mejor de los hombres, que había estado tremendamente unido al Padre, pero que no dejaba de ser una criatura. Se ponía en tela de juicio por tanto la encarnación del Verbo eterno y el dogma de la Santísima Trinidad: en resumen, la divinidad de Nuestro Señor. Si el lector medita el significado de esta herejía, se dará cuenta, tal y como observa José María Iraburu, que la misma se hace presente aún hoy día.

  Como ya vimos en el post dedicado a demostrar que Cristo tenía conciencia de ser el Hijo de Dios en un sentido totalmente trascendente, divino, la teoría arriana de que Cristo no era más que un hombre, el mejor de ellos, pero sólo una criatura, no tiene ninguna base evangélica. ¿Por qué tuvo entonces tanto éxito la herejía arriana? Los investigadores señalan que la filosofía clásica, a pesar de acoger con gran entusiamos en líneas generales la novedad del Cristianismo, tuvo problemas en aceptar su originalidad completa: ésta es, que Dios mismo se hiciera hombre. Por ello, era mucho más comprensible a sus ojos racionales que Dios hubiera exaltado a un hombre por encima de los demás, pero sin llegar a ser éste Dios; como bien explica J.A. Sayés, según el Arrianismo, el Creador no se habría encarnado en uno de nosotros, sino que el hombre habría sido elevado por la gracia de Dios, pero externamente. Por tanto, no estamos ante un examen riguroso y sincero de la Palabra de Dios, sino ante una interpretación sesgada de la misma por la visión racionalista no abierta a la fe que parte de las capas cultas del Imperio Romano mantenían.

 

    ¡Bendito sea Cristo, el Hijo de Dios, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado!

 

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1 septiembre 2011 4 01 /09 /septiembre /2011 23:13

      Lo prometido es deuda, y como dije, vamos a ir desgranando los motivos que existen detrás de la existencia de algunas herejías. Con ello no quiero decir que los diferentes movimientos que desembocaron en ellas estén siempre exentos de motivos religiosos, ni mucho menos. Tan sólo me gustaría mostrar, en una sociedad que tiende a mirar de antemano siempre con simpatía a todo lo que signifique ir en contra de los fundamentos de la civilización cristiana y más concretamente, de la Iglesia Católica.

      Veamos el caso del crisitanismo copto (egipcio) referido a la rama monofisita. Cuando el Concilio de Calcedonia (año 451) definió dogmáticamente la doble naturaleza humana y divina que la única persona del Verbo Divino (Cristo) poseía, hubo pueblos cristianos, como el Egipcio o el Sirio, que optaron por no aceptar la palabra del Concilio, sino que permanecieron en la creencia de una sola naturaleza divina (por eso monofisismo -mono, una, physis, naturaleza-).

     ¿Pero fue verdaderamente éste el único motivo que llevó a la separación del pueblo egipcio -en su mayoría- del resto de la Iglesia Católica (en aquellos tiempos abarcaba también a la Iglesia Ortodoxa)? Parece que no; echemos la vista aún más atrás. En el 325, el Concilio de Nicea dictaminó que la sede alejandrina era la segunda en importancia después de Roma; no olvidemos que Alejandría era la sede del patriarcado copto. Hasta ahí todo bien; pero con el Concilio de Constantinopla del año 381 ese puesto se le concedió a Constantinopla, lo cual no fue muy bien aceptado por el Patriarcado de Alejandría. Así lo describe el franciscano Ignacio Peña, antiguo director de la magnífica revista Tierra Santa. Desde entonces, se abrió una brecha que hasta hoy no ha podido cerrarse ni con los católicos, ni con las demás Iglesias Ortodoxas encabezadas por el Patriarca de Constantinopla.

     Como he señalado antes, esto no significa que el cisma allí producido no tuviera motivos dogmáticos; no es esa mi intención. ¡Bendito sea aquel pueblo que tanta persecución sufre de manos de los musulmanes! Es cierto que en los primeros siglos del Cristianismo hubo muchas discusiones teológicas acerca de la verdadera naturaleza de Cristo, de su voluntad, y todo en relación al concepto de persona: debemos recordar que la antigua filosofía griega no conocían éste concepto tal y como nosotros lo entendemos, sino que el mismo fue poco a poco descubierto por la Iglesia. Pero tampoco es menos cierto que a veces en esas disputas primaban otros intereses que no eran los puramente teológicos.

     ¡Que todos seamos uno, como tu Cuerpo, Señor; como Tú solo eres Uno!

 

     Fuentes:

     Peña, Ignacio, ofm; La Iglesia Copta; en www.christusrex.org.

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1 mayo 2011 7 01 /05 /mayo /2011 13:40

No sé por qué (o tal vez sí lo sepa) todo movimiento herético que significó una escisión dentro de la Iglesia Católica suele ser objeto de muchas simpatías por parte de numerosas personas y movimientos. Yo no voy a decir que todos los movimientos cismáticos que se han producido a lo largo de la Historia hayan sido iguales, ni que detrás de ellos muchas veces no hubiera elementos de protesta justificados, porque la Iglesia está formada por pecadores. Eso sí, el problema común a todas ellas es que olvidan las palabra de Cristo en la oración sacerdotal que San Juan nos legó en su Evangelio: Que todos sean uno... Esa es la diferencia entre San Francisco de Asís y Lutero, o entre Santa Teresa de Jesús y Calvino; ellos supieron transformar la Iglesia sin romper su santa unidad.

Hablando ya de las peculiaridades de cada herejía, veamos lo que a veces se escondía detrás de ellas:

1. Nadie va a negar que Lutero llevaba razón en algunas de sus famosas tesis, y que la Iglesia en aquél tiempo verdaderamente necesitaba una Reforma; pero la verdadera Reforma no llegó de manos de los protestantes (ni evangélicos, ni calvinistas, etc.), sino del seno de la misma Iglesia Católica, para ser fieles al mandato evangélico de la unidad. Cierto también que Lutero no perseguía fines políticos con el cisma que provocó (aunque sí perseguía el abandono de fidelidad al Papa), pero no menos cierto es que los nobles y burgueses del Norte de Europa encontraron una ocasión perfecta para enriquecerse y aumentar su poder; porque si como Lutero decía, la Iglesia no era quién para interpretar las Sagradas Escrituras, sino que cada hombre debía ser su propio sacerdote, ya nadie podría oponerse al enriquecimiento de sus arcas: ellos mismos dirían qué era correcto y qué no, "liberados" del para ellos tiránico yugo de la Santa Sede.

2. ¿Y qué decir del Anglicanismo, surgido por los temores dinásticos y las apetencias sensuales del Rey inglés Enrique VIII? Yo me hago cabeza de la Iglesia, y problema resuelto. ¡Por no hablar de la usurpación de tierras pertenecientes a la Iglesia Católica, que les vino de perlas!

 

Continuaremos este repaso a los cismas que la Iglesia Católica ha vivido a lo largo del tiempo...

 

¡Que todos seamos uno, Padre Santo!

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